Masacre de Utoya

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Trágica y cruel fue la forma elegida por Breivik para violar la efímera seguridad de nuestras casas aquel 22 de julio de 2011.

Son las escenas de una masacre de jóvenes inocentes las que permanecen en el éter… Son el flash de las cámaras de los periodistas de todo el mundo y el reflejo los que parecen nutrir a un varón de solo 32 años que entra así por méritos propios en el Sunset Boulevar de los artistas de lo macabro.

El 22 de julio de 2011, cuando pasan pocos minutos de las tres de la tarde, una bomba explota en el distrito gubernamental de Oslo. Más tarde, la investigación desvela que esta era solo una maniobra de despiste.

De hecho, mientras todas las fuerzas policiales están trabajando para averiguar el origen de la bomba, Breivik se dirige vestido de policía a la isla de Utoya, donde el Partido Laborista ha organizado un campamento juvenil.

Los guardias de seguridad dejan pasar a Breivik sin problemas, además de ayudarle con su pesada bolsa.

Breivik empieza a llamar a gritos a todos los chicos para que se aproximen y pronto empieza la masacre. Tardará cuarenta interminables minutos y acabará con la vida de 67 jóvenes adolescentes.

En cuanto la policía llega a la isla, Breivik se rinde y se deja esposar sin problemas.

La vida de Breivik hasta entonces es del todo común y corriente. Los que conocieron a Breivik en su infancia y adolescencia le describen como frío y, con frecuencia, distante; a pesar de que el ambiente a su alrededor fue multicultural: sus mejores amigos eran de padres paquistaníes.

Breivik dejó de hablar con su padre con solo diecisiete años. En una entrevista, su madre afirmó que quizás hubiera necesitado tener una figura paternal más cercana.

Lo que sabemos sobre la vida adulta de Breivik está relatado en su Manifesto: “2083, Una declaración europea de independencia”.

No es tan curioso, pensándolo bien, que en este mismo manifesto Breivik utilice párrafos enteros ya redactado por Unabomber al siglo TED KAZINSKY, hace unas décadas. Y tanto Unabomber como Breivik están bajo el mismo objeto de estudio en la criminologia moderna: los asesinos múltiples.

En el mismo manifestó, Breivik presenta además un diario que con todo lujo de detalles nos explica como a menudo ejercitaba su puntería en un club de tiro de Oslo, así como todo su desarrollo en una formación nacionalista y xenofoba y su odio frente a la “invasión” musulmana.

¿Es este caso un ejemplo inenarrable de violencia racista? Parece que esta es la lectura mayoritaria que hacen los medios y muchos especialistas.

Hay otra opinión, que por cierto coincide con la mía, según la cual esa ideología es solo una imagen exportable de un narcisista patológico.

Tenemos pruebas de que Breivik se había sometido a una operación de cirugía plástica en su nariz para parecer más ario y que se había hecho confeccionar desde India un uniforme de Caballero Templario.

Había dejado preparado un dossier de prensa que estaba compuesto por el citado manifiesto, videos y fotografías. Todo estaba preparado para una aparición brutal, sensacional, ante los ojos de un mundo atónito.

Resulta sin embargo única la aparente jovialidad del asesino delante de la prensa mundial. Y no a pocos nos extraña la postura tan cómoda asumida por Breivik en las imágenes.

Anders Breivik se preocupa de su ropa, de cómo va a aparecer ante el juez: en todo momento el mensaje que él propugna, por irracional que sea, resulta crucial.

Breivik quiere que el mundo sepa lo poderoso que es y lo hace añadiendo sus hechos terroríficos.

La idea real que encuentra quien quiere arriesgarse a entrar en su cabeza es que él es el salvador, un caballero andante: el mensaje de salvación es el vehículo con el que muestra su patología narcisista.

La psiquiatría nos enseña que el narcisismo patológico “está acompañado por un desprecio impensable ante el sufrimiento y la muerte de los demás”.

La ausencia de una mínima sensibilidad puede ser el rastro de la existencia de una profunda psicopatía.

Su fanatismo, pues, sería una fachada desde la que poder matar sin piedad.

La discreción de la que hablaba su madre unida a lo que sus amigos dicen sobre él convierten a Breivik en el perfecto psicópata integrado que trabaja con ahínco hasta lograr una explosión de violencia que satisfaga sus necesidades ocultas.

La masacre de la isla de Utoya demuestra que matar y horrorizar al mundo es una meta golosa y sin duda sencilla para los aspirantes a asesinos, que pueden contar con una información globalizada e instantánea.

Está claro que Breivik llevaba mucho tiempo alimentando su odio contra los musulmanes y, desde un punto de vista criminológico, es un asesino de masas adaptado a los tiempos modernos.

La Corte Noruega discrepa de la opinión que acabamos de relatar y sitúa a Breivik como un hombre sano mentalmente, por lo que lo procesaran y juzgaran como tal.

Pero todo lo dicho antes solo puede tener algo de sentido, en mi opinión, si veíamos como forza motriz de una insensibilidad moral algo muy cercana a la psicopatia, o a una enfermedad mental que afecta Breivik hasta el punto donde ha llegado. Puede que el asesino sin embargo haya querido llegar hasta tanto, pero puede tambien que no lo hizo procesando neurologicamente las informaciones y la decisiones como lo demas.

El prestigioso criminólogo Jack Levin se ha preguntado hasta qué punto podríamos considerar determinadas formas de prejuicio o de odio extremo como manifestaciones de una patología mental, ya que van mucho más allá de una conducta típicamente xenófoba, puesto que estadísticamente es bastante raro que gente que piensa así utilice la violencia contra su enemigo extranjero.

EN el proceso son muchas las opiniones que van chocandose una contra otra. Si Max Taylor habla de Breivik como un fanatista caramente infermo de mente, Tom Fahy cree que los psychiatras forenses que deponen para la incapacidad mental de Breivik son los que intentan quitar el asesinos de su responsabilidad penal delante la sociedad democratica.

Si este odio no es cultural y demuestra más bien la manifestación de una enfermedad mental, claro está que una terapia médica antipsicótica podría ayudar a estos sujetos.

Pero el riesgo es que asignar a dichos sujetos un rol de enfermo podría tener consecuencias en el plan de su responsabilidad criminal.

Y la sociedad hoy en día confunde frecuentemente justicia y venganza, y quiere respuestas firmes.

Otro problema es que enseñar un puño cerrado presupone a menudo olvidar una tarea preciosa y única como la que tendría que llevar a cabo una Corte de justicia en cualquier ordenamiento democrático.

Breivik es un hombre sano y esta es la única verdad jurídica que tenemos ahora mismo.

Al margen de esto y por todo lo que hemos relatado hasta aquí, no cabe duda de que ciertos asesinos múltiples tienen graves problemas mentales.

Bibliografia

Perfil Criminal

  • ICCT The Andersen Behering Breivik Trial: performing Justice, Defending Democracy, June 2013, Prof. B. De Graaf; L. van der Heide, S. Wanmaker, D. Weggwmans.
  • Behavioral Sciences and the law, “The case of Andersen B. Breivik, Language of a Lone terrorist.” C.H. Leonard, M.D., G.D. Annas, M.D., J.L.Knoll IV, M.D, T. Torrissen, M.D.
  • Norwegian Criminal Law and the July 22, 2011, Massacre
  • “The importance of music to Anders Behering Breivik by Joe Stroud;
  • Constructing “dark celebrità: The case of Anders breivik”, Pacific Journalism Reviw 19(2) 2013 by Daniel Drageset.
  • “The Breivik case and what psychiatrists can learn from it”, World Psychiatry, February 2013, Ingrid Melle.